¿Cómo te atreves a hacer esto?
- Jimena Mágica

- 15 ene 2021
- 3 Min. de lectura
Hay tantas perspectivas como huellas digitales, tantas maneras de ver el mundo como ojos que lo miran.
¿Quién eres tú para asumir que tu forma de pensar y actuar es la única correcta? ¿Quién eres tú para sacar conclusiones sobre la vida de los demás? ¿Quién eres tú para subirte a un pedestal y desde ahí señalar con el dedo hacia abajo? ¿Quién eres tú para creer que tu cinta métrica moral es la medida que el resto del mundo debe usar? ¿Quién eres tú para juzgar?
La respuesta es muy sencilla: no eres nadie.
Ni tú, ni yo.
Esa frase pop que dice "ponte en sus zapatos" es una falacia, pues nadie jamás puede experimentar en vida, mente o corazón ajeno. La experiencia humana es individual y por completo subjetiva. Con una buena dosis de empatía, acaso podemos acompañar a las personas en su sentir. Acaso podemos coincidir en ciertas perspectivas. La capacidad de compartir un punto de vista o un sentimiento es lo máximo a lo que podemos aspirar. Y aún así, lo compartido siempre pasa por el filtro personal.
Si dudas de lo que acabas de leer, lleva la atención hacia ti...
Ni tu papá, ni tu mamá, ni tus hermanos, ni tus hijos, ni tu pareja, ni tus amigos, ni tu jefe, ni ninguna persona que conozcas ha experimentado la vida a través de tu cuerpo. Nadie ha visto lo que han visto tus ojos. Nadie ha escuchado lo que han escuchado tus oídos. Nadie ha soñado tus sueños. Nadie ha experimentado tus heridas emocionales. Nadie ha sentido lo que siente tu corazón.
Ahora voltea la tortilla. Si nadie ha experimentado tu vida como tú, ni siquiera la persona con quien tienes más intimidad, ¿por qué pretendes que tú sí sabes lo que ha experimentado alguien más? ¿Cómo te atreves a juzgar lo que esa persona piensa, dice o hace si tu perspectiva se limita únicamente a tu experiencia de vida?
Imagino que existen razones psicológicas y antropológicas para explicar por qué al ser humano le resulta tan natural juzgar a las personas que le rodean. Y supongo que estas razones oscilan a nivel inconsciente, desde los mecanismos de defensa hasta los instintos de supervivencia. Esas explicaciones se las dejo a los expertos. Más bien, lo que pretendo con esta pequeña reflexión es que tú, al leer estas palabras, te preguntes si juzgas a los demás porque crees que tienes la razón.
Todos lo hacemos, a mayor o menor medida. La buena noticia es que puedes entrenar a tu mente a resistirse a esa inercia con el fin de disolver las barreras del ego. Cuando juzgas a alguien lo único que logras es fortalecer una consciencia de separación, cuando claramente lo que necesita el mundo es mucha compasión. Ojo, la compasión NO es sinónimo de lástima. La compasión es la capacidad de disminuir el sufrimiento, propio o ajeno.
Practica la compasión tan a menudo como juzgas a los demás, empezando por tu propia vida. En vez de señalar lo que según tú está mal en la vida de otros, dedícate a reflexionar sobre tus propias acciones. Empieza a analizar lo que hay dentro de ti. Piensa antes de hablar y de proceder, pues tu libertad termina cuando empieza la del otro. Suelta tanto rigor y, de una vez por todas, deja en paz a los demás. Si te enfocas en la compasión todo juicio se disuelve.



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